24/09/2011

"Cuando te hacés amiga de tus hijos los dejás huérfanos..."

Jueves 01 de septiembre de 2011 | 01:05 - Por Any Ventura | 

...me dijo mi hija antes de terminar la conversación. Esta mujercita, madre de una niña de 12 y de un varón de 15, me dejó muda. No supe qué contestar. Y por supuesto, me quedé pensando. Por empezar me pregunté quién le habría enseñado tan contundentes y sabias palabras. También me pregunté si me las estaba diciendo a mí, o se las estaba diciendo a ella misma en relación con sus propios hijos. Me dio orgullo y temor al mismo tiempo. Orgullo porque descubrí en ella una sabiduría que a toda madre le llena el alma de cariño. Y temor porque quizás había una crítica a mi lugar como mamá.

También me sirvió para reflexionar acerca de esta forma tan cruda de plantear los temas que tienen los más jóvenes. Pero me pareció un hallazgo para compartir con otros padres. No cabe duda de que es una verdad inapelable. Las madres de mi generación sabíamos esto y quizás nos costó aplicarlo. Porque poner límites es ir a un enfrentamiento, es aguantar el enojo de nuestros hijos. Es sostener una argumentación o algo mucho más fuerte: es ejercer el poder y sus resultados. ¿Lo habremos aplicado ¿Habremos entendido bien su sentido? No lo sé.

Marcelo Urresti, uno de los sociólogos que más estudió el tema de los jóvenes, sostiene que "en los años 70 las culturas juveniles eran patrimonio exclusivo de los jóvenes. Pero hoy son patrimonio de toda la sociedad". No hace falta ir muy lejos para darse cuenta de la sobrevaloración de la imagen adolescente. Vemos desfilar mujeres y hombres que desean más que nada en la vida ser jóvenes, y a niños que también desean ser jóvenes. Toda la industria indumentaria, toda la tecnología, está orientada a ser jóvenes o parecer jóvenes. Así actores, personajes de las revistas, parecen adolescentes de 40, 50 o 60 años. Entonces bien vale preguntar a los hijos de esas personas: ¿Qué espacio les queda?. Y me lo preguntaba a mí misma.

Si el padre quiere hacerse amigo de su hijo, en un punto no asume ninguna de las responsabilidades que le corresponden a un padre. Como por ejemplo decir que NO. Poner límites. Okey, los jóvenes, por el sólo hecho de serlo debieran tener ese espacio para transgredir, para romper mandatos, para incumplir normas para crecer, para madurar. ¡Pero los padres quieren lo mismo! ¿Cómo se resuelve este conflicto?

Siempre se ha dicho que los adolescentes son los que denuncian los problemas de una sociedad. Le dicen al mundo la verdad en la cara. No respetan ninguna convención, Para eso están los adultos para ponerles un freno, una contención a tanta ebullición. Tener un hijo, criarlo, también es confrontar nuestros propios deseos con los de esa otra persona que depende de nosotros. Deberíamos entender que nuestros hijos buscan grupos de pares para estar, para compartir espacios. Los clubes, el cibercafé, la discoteca, la calle. Nosotros no somos sus pares, somos sus padres. Y esos monstruos que nos aterran como la violencia, el sexo y las drogas desafían nuestra propia responsabilidad frente a esta sociedad.

Me pregunto si un joven quiere usar su cuerpo como ofrenda de rebeldía con incrustaciones, piercing, tatuajes, cuando sus padres también se tatúan y, además, van a los mismos recitales que sus hijos: ¿Como hace un hijo para separarse de esa tutela ,de esa mirada falsamente amiga que le copia paso a paso sus destellos de libertad? En mi época se hablaba de límites y circulaba una hermosa frase que usábamos para la ocasión: "Agarrame fuerte y dejame ir". Pero como creo que las generaciones se superan, Florencia tiene más sabiduría que su madre y me retrucó "Cuando nos hacemos amigos de nuestros hijos, los dejamos huérfanos". Y tiene razón..

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21/09/2011

Internet no debilita la memoria

El debate sobre los efectos del uso intensivo de la web en nuestra mente

Por Facundo Manes  | Para LA NACION
Desde hace un tiempo, los titulares del mundo se hicieron eco de supuestos efectos amnésicos de Internet, como si Google fuera una maldición en el hipocampo. Como una extraña paradoja, supimos de esto a través de esa misma tecnología acusada de ser promotora de la holgazanería de nuestro cerebro. Quiero referirme en particular a la nota que leí en este mismo diario el mes pasado, escrita por Mario Vargas Llosa y titulada " Más información, menos conocimiento ".

Como se ve, la hipótesis es muy clara y contundente desde el título, y con buen tino hace prever el tema que tratará y su desarrollo argumentativo. En el último párrafo de la columna, el premio Nobel peruano dice: "Yo carezco de los conocimientos neurológicos y de informática para juzgar hasta qué punto son confiables las pruebas y experimentos que describe en su libro [se refiere a Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? , de Nicholas Carr]". Atendiendo a estas salvedades explicitadas por Vargas Llosa, recuerdo que mientras leía la nota ese sábado por la mañana pensaba en lo conveniente de poder aportar información sobre ciertas investigaciones que se están realizando desde la neurobiología y, así, complementar las apreciaciones realizadas.

Lo que sugieren los estudios apocalípticos sobre Internet citados en el artículo es que los procesos de la memoria humana se están adaptando a la llegada de nuevas formas de tecnología y comunicación. Y que esta adaptación es perniciosa para el cerebro porque lo libera de un entrenamiento necesario para su buena salud: "Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos", dice Vargas Llosa sintetizando estas posturas. Debemos recordar que, para nuestra evolución, este proceso adaptativo no es novedoso ya que, por ejemplo, hemos aprendido desde tiempos remotos que cuando no sabemos algo podemos preguntarle a otra persona que sí lo sabe o, muchos siglos más acá, consultar documentos escritos o bibliotecas para transformar la duda en una certeza. En este caso que refiere Vargas Llosa, estamos aprendiendo qué es lo que la computadora "sabe" y cuándo debemos acceder a su "conocimiento" para asistirnos en nuestro propio recuerdo.

En otras circunstancias ya se dio de igual modo la misma preocupación por las novedades tecnológicas ligadas a la información y el impacto en nuestra mente. Sin embargo, el ser humano aún goza de buena salud. Estos procesos críticos nos permiten, más bien, dar cuenta de un aspecto fundamental de nuestra conformación biológica: la naturaleza limitada de la propia memoria. Como con todo bien limitado, actuamos en consecuencia protegiéndolo y utilizándolo con un sentido de la oportunidad. Si aprendemos que la capacidad para acceder a un dato está tan sólo a una búsqueda de distancia en Google, decidimos entonces no destinar nuestros recursos cognitivos a recordar la información, sino a cómo acceder a la misma.

A diferencia de lo que plantea Vargas Llosa en su artículo (que la inteligencia artificial "soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, sus esclavos", por ejemplo), buscar instintivamente la información en Google es un impulso sano. Todos hemos utilizado Google para bucear en recuerdos vagos o corregir algún dato inexacto.

Sobre este último punto, muchas veces también se desestima la autoridad de los datos extraídos de Internet, ya que no es el lugar más confiable para precisiones y exactitudes. ¿Y quién puede decir que sí lo es nuestra memoria? Cuando uno experimenta algo, el recuerdo es inestable durante algunas horas, hasta que se fija por la síntesis de proteínas que estabilizan las conexiones sinápticas entre neuronas. La próxima vez que el estímulo recorra esas vías cerebrales, la estabilización de las conexiones permitirá que la memoria se active. Cuando uno tiene un recuerdo almacenado en su cerebro y se expone a un estímulo que se relaciona con aquel evento, va a reactivar el recuerdo y a volverlo inestable nuevamente por un período corto de tiempo, para volver a guardarlo luego y fijarlo nuevamente, en un proceso llamado "reconsolidación de la memoria". La evidencia científica indica que cada vez que recuperamos la memoria de un hecho, ésta se hace inestable permitiendo la incorporación de nueva información. Cuando almacenamos nuevamente esta memoria como una nueva memoria, contiene información adicional al evento original. En otras palabras, muchas veces aquello que nosotros recordamos no es el acontecimiento tal como se ha manifestado en la realidad, sino la forma en que fue recordado la última vez que lo trajimos a la memoria.

El uso de la Web como un banco de la memoria es virtuoso. Nos ahorramos espacio en el disco duro para lo que importa y, en todo caso, entendiendo a Internet como una red, nos trae a cuenta una información variada, un conjunto de voces frente a las cuales el usuario es soberano. Si un hecho almacenado en forma externa fuese el mismo que un hecho almacenado en nuestra mente, entonces la pérdida de la memoria interna no importaría mucho. Pero el almacenamiento externo y la memoria biológica no son la misma cosa. Cuando formamos, o "consolidamos", una memoria personal, también formamos asociaciones entre esa memoria y otros recuerdos que son únicos para nosotros y también indispensables para el desarrollo del conocimiento profundo, es decir, el conocimiento conceptual. Las asociaciones, por otra parte, continúan cambiando con el tiempo, a medida que aprendemos más y experimentamos más. La esencia de la memoria personal no son los hechos o experiencias que guardamos en nuestra mente, sino "la cohesión" que une a todos los hechos y experiencias.

No existe ninguna evidencia científica de que las nuevas tecnologías estén atrofiando nuestra corteza cerebral. Lo que sí podemos aseverar es que fue esa misma tecnología la que nos permitió estudiar el cerebro en vivo a través de, por ejemplo, la resonancia magnética funcional, y, con ella, conocer más del cerebro en las últimas dos décadas que en toda la historia de la humanidad. Estas investigaciones nos hicieron posible, además, precisar y tratar ciertas enfermedades neurológicas inabordables hasta hace poco tiempo.

En el célebre Fedro de Platón se cuenta el diálogo que mantuvieron el rey Tamo y Theuth sobre la invención de la escritura. Theuth está exultante por esta novedad que, dice, servirá para aliviar la memoria y ayudar a las dificultades de aprender. El rey lo refuta y dice que la escritura "sólo producirá el olvido, pues les hará descuidar la memoria, y filiándose en ese extraño auxilio, dejarán a los caracteres materiales el cuidado de reproducir sus recuerdos cuando en el espíritu se hayan borrado". Tampoco la escritura, dice el rey, será un buen instrumento de las personas para el conocimiento, "pues cuando hayan aprendido muchas cosas sin maestro, se creerán bastante sabios, no siendo en su mayoría sino unos ignorantes presuntuosos". Aquellos argumentos que hace miles de años justificaban el malestar sobre la escritura, hoy se reiteran con una similitud sorprendente para Internet, habiendo virado hacia el lado del bien eso que antes fue maldito.

Como no lo hicieron la escritura artesanal ni la imprenta, Internet no corroerá los mecanismos eficaces de pensamiento, ya que las virtudes de la interacción social siguen siendo centrales para comprender. En un experimento realizado por Patricia Kuhl y colaboradores en Estados Unidos, tres grupos de bebes que se criaron escuchando exclusivamente inglés fueron entrenados: un grupo interactuaba con un hablante del idioma chino en vivo, un segundo grupo veía películas del mismo hablante y el tercer grupo sólo lo escuchaba a través de auriculares. El tiempo de exposición y el contenido fueron idénticos en los tres grupos. Después del entrenamiento, el grupo de bebes expuesto a la persona china en vivo distinguió entre dos sonidos, con un rendimiento similar al de un bebe nativo chino. Los bebes que habían estado expuestos al idioma chino a través del video o de sonidos grabados no aprendieron a distinguir sonidos, y su rendimiento fue similar al de bebes que no habían recibido entrenamiento alguno. Esto indica que la clave del conocimiento, la memoria y el desarrollo de la especie sigue siendo no lo que el individuo hace consigo mismo ni con la tecnología, sino el puente que construye con sus semejantes.

Mario Vargas Llosa dice que después de leer de un tirón Superficiales de Nicholas Carr quedó fascinado, asustado y entristecido. Una respuesta desde la neurobiología quizá pueda morigerar esa apesadumbrada sensación. Pero también otra desde la intuición. En general, las personas siguen conversando sus cosas además de escribir y leer atentamente, y también usan cotidianamente Internet. De hecho no sería extraño ver en un mismo bar de una ciudad como Buenos Aires a dos viejos amigos que conversan efusivamente de la vida, mientras en otra mesa un profesional termina un proyecto en su computadora personal y, en otra de más allá, una mujer o un hombre de cualquier edad está encantado leyendo un libro de la literatura latinoamericana.
El autor, neurobiólogo, es director de los institutos de Neurociencias y de Neurología Cognitiva de la Universidad Favaloro
© La Nación.

En: http://www.lanacion.com.ar/1404942-internet-no-debilita-la-memoria
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17/09/2011

Martín Fierro vs. Facundo: un debate sobre nuestra historia

08/09/11 Del gaucho “traidor” al caudillo valiente, dos arquetipos culturales en disputa.

 
Una pregunta que tiene algo de adivinación seguramente tenga muchas respuestas posibles. Casi un juego: ¿qué hubiera pasado si ...? En el marco del “Homenaje a Sarmiento” por los 200 años de su nacimiento, que hasta el sábado 17 se hace en el Centro Cultural Ricardo Rojas, cuatro especialistas buscaron responder a esta pregunta: “¿Y si Facundo fuera nuestro clásico nacional?” Vale decir: éste ¿sería otro país si el clásico no fuera el Martín Fierro?, ¿tendríamos otra literatura, otra historia? El guante en realidad lo arrojó el escritor Jorge Luis Borges, quien en Prólogo de prólogos , en 1944, escribió: “El Martín Fierro es un libro muy bien escrito y muy mal leído. Hernández lo escribió para mostrar que el Ministerio de la Guerra hacía del gaucho un desertor y un traidor. Leopoldo Lugones lo propuso como arquetipo. Ahora padecemos las consecuencias”. En 1974, Borges agregó una posdata a ese comentario, que prologaba Recuerdos de provincia, también de Sarmiento: “Ya se sabe la elección de los argentinos. Si en lugar de canonizar el Martín Fierro, hubiéramos canonizado el Facundo como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y sería mejor”. Un debate que vuelve a poner sobre la mesa, gracias a esa aguja borgeana, la fórmula de Sarmiento: “civilización o barbarie”.

De la mesa reunida para develar “esa adivinación retrospectiva”, esa conjetura formulada por Borges, participaron los especialistas Cristina Iglesia, profesora de Literatura del siglo XIX de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Jorge Monteleone, investigador del Conicet y poeta, Martín Prieto, profesor de Literatura Argentina en la Universidad de Rosario, y autor de Historia de la literatura argentina y Martín Kohan, escritor y docente, coordinados por Alejandra Laera.
Para Iglesia, la de Borges no es una propuesta de cambio si no una queja. “Estoy de acuerdo con él, aunque por razones literarias distintas: como lectora y crítica, prefiero la prosa de Facundo, un texto arduo y bello. Lo prefiero a la melodía facilona del Martín Fierro, llorona, un poema tan servicial, tan gauchito, merece ser el clásico de un país, o de una zona del país, para el que la queja, y no la lucha, es el primer gesto de identidad”.
En 1913, en una serie de conferencias, Lugones postula el Martín Fierro como un emblema de “la formación del espíritu nacional”. Y, la figura del gaucho, “un paradigma de la nacionalidad”.

Monteleone dijo que “no se trataría de cambiar la historia, sino de sustituir un mito. Cuando Borges se refiere al Martín Fierro como historia, lo devalúa”. Monteleone tiene una hipótesis: “la canonización del Martín Fierro es un efecto de la previa canonización del Facundo, y no una sustitución”.

Las intervenciones de Prieto y Kohan sumaron otro nombre al tablero: para ellos el problema, la preocupación de Borges no eran Sarmiento ni Hernández, sino Perón. “Eso venía sucediendo desde 1943”, dijo Prieto. Y siguió: “En todo caso, Sarmiento es un antídoto retórico, literario, acorde con la misma formulación, retórica y literaria, del problema: la del peronismo. Sarmiento es nuestro clásico porque su tradición se manifestaba sobre todo en la literatura, pero no tenía potencia política”. Y se preguntó –cabe agregar qué pasaría – si no son “Borges y Leónidas Lamborghini nuestros clásicos”. Para Kohan, “se cita demasiado la dicotomía ‘civilización o barbarie’, pero el texto se ignora. Creo que Borges pedía leer el Martín Fierro en clave de Facundo.
La barbarie la narra siempre la civilización y cuando se narra la barbarie, el que escribe es el civilizado.”


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11/09/2011

Recordando a David Viñas

13/03/11 En una sala repleta, lo recordaron Piglia, Sarlo, Jitrik, Serrano, Mizraje y muchos más.

PorEzequiel Alemián
ESPECIAL PARA CLARIN 

En un auditorio colmado de gente de varias generaciones, la Biblioteca Nacional homenajeó ayer a David Viñas. “¿Le hubiera gustado a David este acto?”, se preguntó Horacio González, director de la institución. La respuesta fue unánime: “no”. Y después el auditorio entero se rió de la situación. González definió a la práctica de Viñas como la de “dar vueltas las hojas de una polémica incesante”.
Américo Cristófalo recordó que mientras estaba internado, Viñas comparó la sala de terapia intensiva con un barco, y mencionó la palabra “box”, que quienes lo acompañaban confundieron con un pedido de cigarrillos. “El viaje y la pelea son dos metáforas que lo definieron siempre”, dijo Cristófalo.
Se proyectó el video de una clase, del año 2009, en la que se ve a Viñas leyendo España, aparta ese cáliz de mí , de César Vallejo; Cristina Banegas leyó fragmentos de una de sus novelas.
Después, el primero de una larga lista de oradores fue Ricardo Piglia, quien recordó que la figura de Viñas funcionó, para los intelectuales de su generación, como la gran referencia para pensar las posibilidades de ser un escritor de izquierda. “¿Hay una manera de escribir propia de la izquierda?”, recordó Piglia la pregunta que se formulaban leyendo a Viñas.
María Gabriela Mizraje contó que días antes de su internación, Viñas le pidió que lo acompañara a despedirse de la Laguna de Monte, y que llegando al lugar, ya en zona de campos, él se asomaba a la ventanilla del auto y gritaba “¡Van Gogh!, ¡Van Gogh!”.
Después Beatriz Sarlo se refirió a sus dos grandes maestros: Jaime Rest y Viñas. “No podían ser más diferentes”, dijo. De Viñas subrayó su capacidad para sintetizar poder de observación y escritura, y la desfachatez con que escribía. “Era revelador porque leía todo a contrapelo”, aseguró.
En nombre de sus alumnos, Gabriela García Cedro eligió como las mayores enseñanzas de Viñas “la necesidad de pensar en series, el impulso a atravesar los textos, y la obligación casi de razonar siempre en contra de uno mismo”.
Raúl Serrano recordó que la coherencia de Viñas hizo que muchas veces estuviese aislado, pero que esa conducta, y la disciplina de pensar siempre en contra de uno, fueron dos rasgos ejemplares, que, dijo Serrano, “uno ha aprendido de él que son imprescindibles para seguir peleando”.
Soledad Silveyra leyó un fragmento de una obra de Viñas sobre Trinidad Guevara y se despidió diciendo: “si a alguien recuerdo con mucho amor, es a quienes me han enseñado a vivir un amor distinto. Es para las alumnas de David, que siempre estuvieron con él”.
Ana María Zubieta lo despidió en nombre de la Facultad de Letras, y Noé Jitrik recordó los sesenta años de relación que tuvo con Viñas: “treinta muy juntos, y treinta muy separados”. “Me dio la posibilidad de repensar la forma en que yo mismo podía introducirme en el campo de la literatura”, dijo.
Daniel Freidemberg definió a Viñas como uno de los grandes poetas de la Argentina. “Amaba las palabras, y como muy pocos se dejó ganar por la fuerza del lenguaje”, dijo.
Al cierre de esta edición, los amigos seguían recordándolo.

Diez libros imprescindibles

La Biblioteca Nacional dio a conocer una carta escrita por Viñas hace pocos meses en la cual enumera los que considera los 10 libros ineludibles para comprender la cultura argentina.
En el orden en que los puso, son: Viajes, de Domingo Faustino Sarmiento; Muerte y transfiguración del Martín Fierro, de Ezequiel Martínez Estrada; El juguete rabioso, de Roberto Arlt; Cuentos, de Rodolfo Walsh; Fundación mitológica de Buenos Aires, y Sur, de Jorge Luis Borges; Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla; Poemas dedicados a Negrita, de Baldomero Fernández Moreno; Los gauchos judíos, de Alberto Guerchunoff; Zogoibi, de Luis Emilio Soto, y Organito, de Discépolo.