15/12/2011

Lo que importa no es el libro, sino la lectura


Sábado 10 de diciembre de 2011 | Publicado en edición impresa

Por Ariel Torres | LA NACIÓN

Cory Doctorow no podría tener más razón cuando, en el prólogo a su multipremiada novela Someone Comes to Town, Someone Leaves Town, dice que hay que ser muy poco imaginativo para conjeturar que en el futuro habrá dispositivos de lectura que simularán la experiencia del libro de papel. Unas líneas más abajo admite, con la humildad de los que saben en serio, que "el negocio y la práctica social de los e-books será mucho, pero mucho más extraña que eso (...). De hecho, creo que probablemente será demasiado extraña para que podamos imaginarla hoy".
Cory no es uno de esos gurús que con solemne religiosidad venden humo de colores. Medio millón de copias de su primera novela se distribuyeron sin cargo en forma electrónica. Medio millón. Cualquiera anticiparía que eso afectó las ventas de su libro. Pero ocurrió exactamente lo contrario. Someone Leaves Town va por la quinta reimpresión.
Ouch.
Pero no voy a hablar de cómo diseñar modelos de negocio correctos en un mundo donde todo lo que llamamos información se ha convertido en cadenas de unos y ceros. No aquí, al menos.
Hay algo más, más profundo, quizás más complejo y más perturbador, y que debería preocuparnos más que el aspecto y la forma de comercialización de los libros del futuro. Me refiero a la lectura.
Difícil, aburrido, agotador
En varias ocasiones durante los meses últimos, quizá por el debate que coordiné en agosto para LA NACIÓN en el Malba sobre e-books, me he encontrado conversando con gente de la tecnología y de la cultura sobre el futuro del libro. Y uno de los interrogantes sobre los que insistí es: ¿Pero qué nos importa en realidad, el libro o la lectura?
Sí, ya sé. Parece una obviedad. Nos importa la lectura. Que los chicos lean y todo eso. Pero una de las cosas geniales de las obviedades es que podemos tenerlas delante de las narices durante siglos sin percatarnos de que esconden alguna clase de secreto. Por ejemplo, el Sol no sale sobre el horizonte. Es la Tierra la que se está moviendo. Ya sabe lo que este simple hallazgo causó en su momento.
La lectura, me temo, oculta una clave parecida. Queremos que los chicos lean libros, ¿no? Bueno, hasta donde recuerdo, y quizás alguien tenga una experiencia diferente, aprender a leer no es ni remotamente fácil. Respirar es fácil. Correr es fácil y divertido. Reírse es fácil, divertido y contagioso. Que te cuenten una historia es de lo más lindo que hay. Recuerdo que solían contarme cuentos antes de dormir. Esto hizo que con el tiempo empezara a imaginar mis propias historias, mientras intentaba conciliar el sueño. Así que incluso escribir es más fácil que leer. (Dicho sea de paso, los que escribimos profesionalmente pasamos mucho más tiempo trabajando en la cabeza que en el teclado; tipear es la parte sencilla del asunto.)
Así que vamos a aclarar algo de una vez. Leer es difícil y aburrido para un chico. Difícil, aburrido y agotador.
Sí, sí, es muy bueno que lean libros, pero no alcanza con predicarlo, e intentar incentivar la lectura conduce a una paradoja.
Deme solo unos minutos más.
Tarzán y el Capitán Nemo
Recuerdo que cuando la primaria ya me había aclarado qué significaban esos signos sobre el papel, mi padre decidió que era hora de que abandonara las historietas y leyera libros. Mejor intencionado que asesor literario, me abrumó primero con Tarzán de los Monos y luego con 20.000 Leguas de Viaje Submarino. Recuerdo también mi primera impresión luego de intentar con esos volúmenes: Nunca jamás voy a poder leer libros. Nunca.
Esas dos obras tenían un número de problemas para un chico, como constaté muchos años después. Primero, el número de páginas era descomunal. La letra era pequeña. Y aquella traducción de Verne podría haber arrasado con mi neocórtex, si hubiera persistido en soportarla a tan corta edad.
Por suerte, tiendo a desobedecer. Y soy un hombre afortunado. Fue así como encontré, tras la segunda mudanza que experimenté de pequeño, una caja repleta de unos libros que, calculo que por higiene cultural, habían sido erradicados de la biblioteca, que en la nueva casa pasó a ocupar su propio cuarto.
La caja, exiliada al altillo, contenía una docena de libros de ciencia ficción de la más baja estofa, con coloridas tapas que mostraban monstruos horribles y astronautas de escafandra reluciente, nave espacial inverosímil y novia rubia.
No pasaban nunca de las 120 páginas, en el más desproporcionado de los casos, y la letra era bien grande. Las historias, bueno, qué le puedo decir. Todos los clichés y un poco más.
Es decir, me encantaron.
Les debo mucho, además. Si no hubiera sido por ellos, nunca habría llegado a Flaubert, Dostoievski, Cortázar, Böll, Yourcenar, Rulfo, Salinger o Mishima. Les debo, de hecho, mi profesión, porque leer me llevó un día a preguntarle a mi madre exactamente cómo se hacían los libros. Aprendí entonces que alguien los escribía, y me puse a hacerlo. A los 10 años ya había llenado una pila de cuadernos Rivadavia de cien hojas y tapa dura con la Bic azul gruesa que a mí me gustaba.
En el nombre de la Rosa
Por supuesto, conservo esa colección de libritos descastados. Me permiten recordar algo elemental. Leer no está en nuestros genes. Oír y entender el lenguaje, sí. Leer, no.
Leer requiere un esfuerzo visual (leemos con la parte del ojo que ve detalles) y entrenar al cerebro para que use un área que se dedica a reconocer formas para extraerles significados que nada tienen que ver sus formas. Aprender a leer libros da trabajo, y a ningún chico en este planeta (y a mí menos que a ninguno) le gusta hacer esfuerzos. Todavía hoy tengo presente el día en que leí mis primeras 20 páginas. ¡Lo había logrado! ¡Veinte páginas! No lo podía creer.
Esa colección de poca monta, puesta a un lado para no infectar la mente del futuro lector con tonterías por debajo de Burroughs o Verne, me ha enseñado que la única forma de que alguien haga un esfuerzo es motivándolo.
El placer suele ser un gran motivador, anote.
Alambre de púa
Cuando terminé de leer esa sarta de lugares comunes y de blondas chicas salvadas de monstruos espantosos por héroes con armas de rayos láser me empezó a ocurrir algo muy raro.
Echaba de menos leer.
Como ahora sabía lo que era la ciencia ficción, rebusqué en la biblioteca por más libros de esa clase. Reincidí con las 20.000 Leguas -¡ay, los mandatos!-, pero el efecto fue igual de nocivo; ya dije por qué. Sin embargo, encontré otros libros más prometedores. Las tapas eran coloridas, aunque sin ilustraciones altisonantes, y la letra no requería una lupa. Los veteranos recordarán las colecciones Nebulae y Minotauro. Sus volúmenes eran más grandes que los libritos de la caja, y en general tenían más páginas, pero esto, ahora, ya no me inquietaba. Por el contrario.
Llegaron así a mi vida Asimov, Clarke, Bradbury, Sturgeon, Heinlein, van Vogt, Wyndham, Lovecraft (y buen susto me pegué) y Matheson (lo mismo).
Para entonces, estaba atrapado. Habiendo superado el entrenamiento inicial, cuando la lectura se ha vuelto una segunda naturaleza, nadie dejará esta práctica ni por todo el oro del mundo. Esa es la razón por la que los que somos lectores de libros de papel también leemos mucho en e-books. Porque lo que importa no es el libro, sino el milagro de la lectura.
Oh, sí, bueno, espere, claro que me gustan los libros de papel. Los amo. Ya lo he dicho. Y ya me han criticado por decirlo. Es más: perdemos ciertos derechos fundamentales al pasar del libro al e-book.
Seamos honestos, no obstante. Si durante los últimos 500 años la literatura hubiera venido impresa en rollos de alambre de púa, amaríamos el alambre de púa. Este amor es temporal. El otro, el de la lectura, es el que me preocupa.
Porque, ¿qué es leer?
Gracias, Harry
Sabemos qué no es leer. No es aburrido. No es difícil. No es ningún esfuerzo. No es agotador. Todo lo contrario. ¿Cuántas veces nos quedamos hasta cualquier hora para terminar esa novela de 570 páginas? ¿No le ocurre con un buen libro que no quiere que se termine, y eso que es de tamaño asteroide?
Ningún lector dejará un buen libro sobre la mesa ratona para decir: "Me siento cansado de leer, mejor pongo la tele". Quizá diga: "Me siento cansado para leer, mejor pongo la tele". Son cosas bien diferentes. Uno puede estar cansado para hacer algunas de las cosas que más le gustan en la vida.
¿Cómo es posible que algo que nos dio tanto trabajo aprender se convierta en uno de los mayores placeres de la vida y, a la vez, uno que, se dice, constituye una ventaja competitiva fundamental?
Este es uno de los grandes escollos del asunto. Estamos mezclando dos cosas y tratamos de resolver una paradoja. Cuando nos empecinamos en que los chicos lean libros argumentamos que leer es algo bueno y conveniente. Sí, está bien, pero eso no interesa para nada. Uno se enamora de la lectura, y el amor no se puede forzar. De hecho, el amor muchas veces no es conveniente.
Si aquella caja no hubiera estado escondida en el altillo, desterrada, hasta cierto punto prohibida, tal vez no le habría prestado atención.
El silencio de las bibliotecas
Me dicen a menudo que sólo Harry Potter ha logrado que una hija o un sobrino empiecen a leer. Bueno, lógico. ¿O pretendían lograrlo con Góngora?
Harry Potter es pura aventura, ocurre en la escuela, hay malos y buenos, sin medias tintas ni sutilezas psicológicas, y además está razonablemente bien escrito. ¿Es gran literatura? No. Pero es un portal que le ha permitido a millones de chicos atravesar el extenuante entrenamiento que los convierte en lectores. Parece diseñado para eso.
Leer un libro (no un título o medio párrafo) es un proceso muchísimo más extremo de lo que parece. Se puede trabajar todo el día oyendo (no escuchando) música, con la tele prendida, y hasta hablando por teléfono (si lo sabré). Pero cuando leemos no podemos hacer ninguna otra cosa. ¿Por qué cree que son tan silenciosas las bibliotecas?
Leer, lejos de lo que parece, no es un proceso pasivo. La literatura es iniciada por un escritor, pero realizada por el lector. El libro que usted lee no es el mismo que lee su vecino, aunque sea el mismo texto. Cualquier lector sabe que releer es reescribir ese libro en la conciencia.
Esta idea dislocada de que leer se parece a ver la tele o a poner música bajita de fondo es lo que lleva a tantos tropiezos a la hora de enseñar el placer de la lectura.
Leer no sólo es construir de nuevo lo que el autor, exquisita pero vanidosamente, ha plasmado; es hacerlo de un modo único. Mire a alguien leer. Notará que está casi perfectamente quieto, apenas muestra algunas expresiones faciales cada tanto y mueve los ojos de lado a lado. En ningún otro momento nos comportamos así, excepto cuando soñamos.
También sabemos que sólo hay dos instancias en las que un chico se queda quieto tanto tiempo. O está enfermo o está leyendo.
Miremos más profundamente el fenómeno de la lectura. La persona está pasando la vista por una delgada hilera de dibujitos negros sobre el papel blanco. Si hay algo desalentador de la lectura, para un chico, es la falta de ilustraciones. ¿No lo recuerda, acaso?
Leer es transformar esa maciza y en apariencia monótona masa de marcas en imágenes sublimes y emociones intensas. El milagro es doble, por lo tanto, porque el aspecto exterior del texto debe ser así de hosco para no interferir en este portento que estamos viviendo. Es decir: el texto es invisible para el lector. Este es el secreto que nos olvidamos de decirles a los chicos. Quizás, entusiasmados con la idea de ver cómo las áridas páginas se esfuman, concederían en dedicarle tiempo. No los defraudaríamos, pero sería una verdad a medias.
Las páginas no se esfuman, transmutan.
Ajá, ¿pero para qué sirve leer?
Creo que, además, tampoco tenemos muy claro por qué queremos que los chicos lean libros, que se conviertan en buenos lectores. ¿Por qué eso y no leer epígrafes o tweets? ¡Estamos en el mundo digital, éste es un suplemento de tecnología, qué es todo este jaleo con la lectura de libros! ¡YouTube rules!
Sí, pero en el fondo de nuestra conciencia sabemos que leer es independizarse. ¿Qué es leer? Leer es convertirse en una persona libre. ¿Por qué? Bueno, simple. Porque no existe ninguna otra destreza más importante en toda la formación de una persona, con la sola excepción -quizá- de la matemática. Eso sí, cualquiera puede aprender matemática leyendo libros. No al revés.
Sabemos que si nuestros hijos quieren tener un porvenir, si no feliz, al menos próspero, tienen que poder pasarse días enteros leyendo, no sólo sin cansarse, sino, por el contrario, disfrutándolo. Se llama estudiar.
No espere, sin embargo, que me ponga a hablar mal aquí de los videojuegos, las computadoras o Twitter, como parecería a estas alturas inevitable. No tiene nada que ver con esto. En el futuro, como me dijo alguna vez Antonio Ambrosini, quizá los textos puedan transferirse directamente a nuestros cerebros. Pero falta tanto para eso que ni siquiera podemos imaginar cómo será la sociedad cuando tal tecnología esté disponible. De momento, existe una única forma de transmitir conceptos complejos y profundos: la lectura. Hoy más que nunca.
¿Por qué nos empecinamos tanto en que los chicos lean libros?
Porque leer es poder.

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10/12/2011

La reedición por el 20 aniversario de “Achtung Baby”

 Escenarios - 06/12/11

Un dolor punzante en el estómago

La reedición por el 20 aniversario de “Achtung Baby”, Punto de inflexión en la carrera de la banda U2, confirma Al álbum como la alegoría de una ciudad y, al mismo tiempo, una reflexión desgarrada sobre enamoramiento.

POR Luis Diego Fernandez

"Estoy preparado para el gas hilarante, estoy listo para lo que venga”, dice Bono Vox al inicio de Achtung Baby. El líder de U2: paladín de cuero negro, guasón travestido con enormes lentes negros –The Fly–: primera y última gran rockstar posmoderna. A veinte años de su lanzamiento y ante una reedición en formato doble: ¿qué fue Achtung Baby de U2, además de su mejor y más perdurable obra? ¿Cómo leerlo? Quizá la última ópera pop que canta un amor ultrarromántico con altas dosis de perversión y locura. Otro intento: reflexión geopolítica en el Berlín pos caída del Muro: nostalgia tecno y relectura del rock industrial, escapando de un exceso de salmos y blues de redención luego de The Joshua three (1986) y la gira mundial Rattle & hum .

Un logro lascivo de Achtung Baby fue el transformar la carrera de diez años – Boy, 1980– de una banda signada por el rock épico y las baladas potentes y melancólicas, en clave irish catholic, en un artificio absolutamente perfecto. Pero lo nuevo, sabemos, debe volver al pasado de modo alegórico para reconformarse: todo misticismo sólo puede salir de sí transvalorando su religio en una ascesis estética total: dandismo, así siempre lo fue en el siglo XIX. Bono salta del papado pop a un dandi cínico y paródico que camina por Potsdamer Platz fumando habanos –panetelas pequeñas– y cantando a su musa perdida: del purpurado vaticano a un flaneur sardónico.


Bono compuso 12 canciones perfectas –incluyendo “One”, himno de la banda– enlazadas como lamento hacia la mujer que ya no está. Sinfonía de amor que no evade la perversión tan bien retratada por las fotografías de Anton Corbijn en el booklet y el arte de tapa –los U2 desnudos y travestidos, expresionismo barroco y estética de cabaret berlinés, cultura de Weimar y burlesque. Bono es mártir y vedette : su ultrarromanticismo también se profana en los pasajes benjaminianos de la centroeuropa en ruinas. En su momento, Brian Eno, músico y productor del disco, definió la obra con ciertos adjetivos gráficos: “bizarro, oscuro, sexy , industrial, dulce, decadente, caótico y optimista”. Eno y Daniel Lanois –el otro del tándem productor– hicieron catar a los irlandeses sabores poco conocidos para su paladar.
Achtung Baby dialoga con el cine de Wim Wenders –los U2 son musicalizadores habitués de sus road movies globales– y con la literatura meditativa de Peter Handke.
Achtung Baby responde, sin saberlo, a la fisiología estética vital de Nietzsche y la lectura del “Angelus novus” de Paul Klee por parte de Walter Benjamin.


Achtung Baby es la continuidad lógica de Berlin (1973) de Lou Reed y de la trilogía alemana de David Bowie – Heroes, Low y Lodger, 1977 a 1979 – también producida por Brian Eno. ¿Y hoy? En gran medida, Born this way (2011) de Lady Gaga “reproduce” y se apropia del sonido dance e industrial alemán con pizcas de rock de carreteras, sólo que la pregunta ya no es: ¿qué es el amor?, sino: ¿qué es la sexualidad? –más o menos lo mismo. De Achtung pasamos a Scheisse: los términos alemanes melancolizan: atención, nena, la mierda. Es decir, todo es corruptible.
Acthung Baby también operó como una suerte de enciclopedia irónica de la historia del rock: desde Elvis y los Beatles a los Sex Pistols, desde Hendrix a Michael Jackson y Prince: algo de esto podemos ver en videoclips como “Even better than the real thing”, (obra maestra del género) pero sobre todo en ese show dantesco y mediático como fue la gira Zoo TV Tour : Bono haciendo zapping en vivo y llamando por teléfono a stars.
Compendio de la plasticidad y gestualidad: Bono, en su cúspide de lucidez, supo jugar un gran póker como místico reconvertido en petimetre satánico –recordar a McPhisto, su otro avatar de Zooropa – de cuño baudelaireano y protagonista de la canción alusiva de Batman forever (1995), el murciélago decadente de Joel Schumacher. Lo certero provoca: las líricas oscuras, densas, introspectivas, heridas, se exhibían, paradójicamente, de modo impúdico frente a lo catódico y el rock de estadios. 


Achtung Baby fue el disco más exitoso de U2: el séptimo de la banda, vendió 18 millones de placas en todo el mundo, ganó un Grammy, y se lanzó el 19 de noviembre de 1991. Música agridulce que sólo pudo salir de un zeitgeist: el Berlín reunificado finisecular. U2 leyó de modo impecable dónde posicionarse en las vísperas de la “autenticidad” grunge: el artificio de la individualidad heroica del dandismo era el territorio inmejorable.
Berlín, la ciudad. El lazo a la mujer y femme fatale amada con igual obsesión que odio, la alegoría perfecta. “Sos un accidente a punto de suceder”, dice Bono, luego, “pudimos dormir sobre piedras, ahora nos mentimos entre suspiros y jadeos”. El ultrarromanticismo exacerbado tiene su reverso en la carne más pura: el semen derrochado. La epifanía se daba de modo circular, como un eterno retorno nietzscheano : Bono dijo que todas las letras del disco estaban escritas desde “la sangre y las tripas”. ¿Acaso existe otra forma de padecer el enamoramiento que no sea con un punzante dolor de intestinos?


01/12/2011

Los fanáticos de los ebooks prefieren libros impresos para sus hijos

Martes 22 de noviembre de 2011 | 16:35

A pesar del auge de los dispositivos electrónicos como el Kindle de Amazon, algunos padres optan por compartir la lectura de las tradicionales ediciones en papel con los más chicos
 
    
Los libros impresos quizás estén siendo asediados desde el nacimiento de los libros electrónicos (ebooks, en idioma inglés), pero cuentan con tenaces aficionados en un grupo en particular: los niños y quienes comienzan a caminar. Sus padres insisten en que esta próxima generación de lectores pase sus primeros años de vida usando las ediciones impresas.
Esto es así incluso con aquellos padres que son acérrimos aficionados a descargar libros en dispositivos como el Kindle , la iPad, en notebooks e incluso en teléfonos móviles. Ellos abiertamente reconocen su doble estándar digital, y lo hacen diciendo que desean que sus hijos estén rodeados de libros impresos para que experimenten la sensación de pasar las páginas, físicamente, a medida que aprenden sobre formas, colores y animales.
Asimismo, los padres afirman que les agrada acurrucarse con su hijo y un libro, y temen que un aparato brilloso pueda llevarse toda la atención. Además, si el pequeño regurgita, probablemente sea más fácil limpiar un libro que una tableta.
"Es algo íntimo; es la intimidad de leer y tocar el mundo. Se trata del asombro que veo en ella cuando toca una página conmigo", dijo Leslie Van Every, de 41 años, una leal usuaria de Kindle, en San Francisco, cuyo esposo, Eric, lee en su iPhone. Pero para su hija de dos años y medio, Georgia, los libros impresos, apilados y también esparcidos por toda la casa, constituyen la única opción.
"Ella lee únicamente libros impresos", afirmó la señora Van Every. Y agregó con una sonrisa que ella misma trabaja en una compañía digital: CBS Interactive. "¡Uy!, qué vergüenza".
A medida que el mundo de los libros para los adultos se torna digital a un ritmo más rápido que lo que las editoriales esperaban, las ventas de los libros electrónicos vinculadas con los títulos para niños menores de 8 años apenas se han movido. Representan menos del 5 por ciento de las ventas anuales totales, según estimaron diversas editoriales, en comparación con más del 25 por ciento registrado en algunas categorías de libros para adultos.
También se compran muchos libros impresos para regalar, ya que el placer de recibir una tarjeta de Amazon de regalo se pierde en la mayoría de los niños de 6 años.
Los libros para niños también constituyen un detalle estimulante para las librerías de "carne y hueso", porque los padres con frecuencia desean hojear un libro entero antes de comprarlo; algo que generalmente no pueden hacer con la versión en Internet. A través de un estudio encargado por HarperCollins en el año 2010, se descubrió que los libros que se compran para niños de 3 a 7 años frecuentemente eran descubiertos en una librería local (el 38 por ciento de las veces).
Y aquí aparece una pregunta para un debate de la era digital: ¿Se pierde algo al tomar un libro con ilustraciones y convertirlo a un libro digital? Junko Yokota, profesor y director del Centro de Enseñanza a través de Libros para Chicos, en la Universidad Nacional Louis, en Chicago, considera que la respuesta es sí, porque la forma y el tamaño del libro con frecuencia son parte de la experiencia de leer. Las páginas más anchas podrían ser utilizadas para transmitir la idea de paisajes amplios, o se podría escoger un formato más alto para las historias sobre rascacielos.
El tamaño y la forma "se tornan parte de la experiencia emocional, la experiencia intelectual. Hay mucho que no se puede estandarizar y colocar en un formato electrónico", expresó Yokota, quien ha dado conferencias sobre cómo decidir cuándo un libro para niños es más apropiado para el formato digital o para el impreso.
Las editoriales afirman que gradualmente están incrementando la cantidad de libros impresos con ilustraciones que convierten a formato digital, aun cuando esto implica mucho tiempo y gasto de dinero, y los desarrolladores han estado ocupados creando aplicaciones interactivas de libros para niños.
Mientras que se espera que el ingreso de los nuevos dispositivos para tablet de Barnes & Noble y Amazon, este otoño (boreal), incremente la demanda de libros electrónicos para niños, diversas editoriales señalaron que mantienen la esperanza de que muchos padres todavía continúen prefiriendo las versiones impresas.
"Definitivamente hay una predisposición a imprimir", dijo Jon Yaged, quien es el presidente y editor de Macmillan Children's Publishing Group, firma que sacó a la venta "The Pout-Pout Fish" ("El Pez que Hacía Pucheros"), de Deborah Diesen y "On the Night You Were Born" ("La Noche en Que Naciste"), de Nancy Tillman.
"Y los padres son las mismas personas que no tendrán reparo alguno en comprar un libro electrónico para ellos mismos", agregó Yaged.
Eso sucede en la casa de Ari Wallach, un empresario de Nueva York, obsesionado con la tecnología, quien se dedica a ayudar a las compañías a actualizar su tecnología. Él mismo lee en Kindle, iPad y en iPhone, pero la habitación de sus mellizas está repleta de libros impresos únicamente.
"Sé que soy ludita, pero hay algo muy personal respecto de un libro que no aparece en los archivos de un iPad, algo que está conectado y que es emocional, algo con lo que crecí y con lo que deseo que ellas crezcan", afirmó Wallach.
"Reconozco que cuando tengan mi edad, será difícil encontrar un libro impreso", agregó. "Dicho eso, siento que aprender con libros es un rito de iniciación tan importante como aprender a comer con utensilios y a controlar esfínteres".
Algunos padres no desean hacer el cambio incluso con sus hijos en edad escolar. Alexandra Tyler y su esposo leen en Kindles, pero para su hijo Wolfie, de 7 años, eligieron todos libros impresos.
"De alguna manera, creo que es diferente", dijo ella. "Cuando lees un libro, un libro adecuado para niños, todos los sentidos están involucrados. Ese acto les enseña a dar vuelta la página correctamente. Sientes el olor del papel, lo tocas".
Existen muchos programas de software que profesan que ayudan a los niños a aprender a leer por ejemplo diciendo en vos alta una palabra resaltada o mencionando una ilustración. No todos los padres los compran. Matthew Thomson, de 38 años, quien se desempeña como ejecutivo en Klout, un sitio de medios sociales, probó dicho software para Finn, su hijo de 5 años. Pero él cree que su hijo aprenderá a leer más rápidamente con los libros impresos. Además, las alarmas y los silbidos de un iPad se convierten en una distracción.
"Cuando nos vamos a la cama y él sabe que es la hora de leer, dice: 'Juguemos un poco a Angry Birds'", contó Thomson. "Si usa el iPad, no lee, va a querer jugar más. De modo que la concentración para leer se esfuma".
© NYT Traducción de Angela Atadía de Borghetti.
En: http://www.lanacion.com.ar/1425488-los-fanaticos-de-los-ebooks-prefieron-libros-impresos-para-sus-hijos
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