El sociólogo inglés afirma que el consumo generalizado de psicofármacos responde a lo que hoy se entiende por vida saludable
Por Pablo Ambrogi
| Para LA NACION
"No
hay una subjetividad privada", dice el sociólogo británico Nikolas
Rose, profesor de la London School of Economics. Invitado al país por la
Universidad Pedagógica, en el marco del III Coloquio Latinoamericano de
Biopolítica, Rose argumenta que la concepción que los individuos tienen
de sí mismos varía de acuerdo con una compleja constelación de
factores. Hábil para describir y englobar esos múltiples cambios en
fórmulas sencillas, considera a los individuos contemporáneos "seres
neuroquímicos" que conciben su subjetividad como resultante de la
química cerebral y abrazan las posibilidades de modificarla mediante
sustancias psicoactivas. Si bien alerta sobre las limitaciones y
falsedades de esta cultura psiquiátrica, Rose tampoco ahorra críticas al
psicoanálisis, al que le reclama "abrirse a la evaluación empírica de
sus resultados".
-Usted adhiere a la visión de Foucault, según la cual
no hay que entender el poder como una acción del Estado sobre el
individuo sino como una técnica presente en todas las relaciones
sociales.
-La cuestión no es tanto abandonar la oposición
individuo-Estado sino empezar desde otro lugar. En lugar de comenzar por
el Estado, es mejor preguntar de qué manera está regulada la conducta
de los individuos en distintos lugares y épocas, quién la regula, bajo
qué autoridad, usando qué sistemas de conocimiento, qué técnicas y con
qué consecuencias para la visión que esos individuos tienen de sí
mismos, para su subjetividad. Hay muchos historiadores y sociólogos
interesados en escribir la historia de la subjetividad, lo cual es
interesante pero vano, ya que no tenemos idea de cómo era realmente la
gente en otras épocas. Sólo tenemos lo que decían de sí mismos y lo que
los otros decían de ellos. Yo trato de preguntar no cómo eran sino cómo
se entendían a sí mismos, qué lenguajes usaban para hacerlo, qué
prácticas utilizaban para manejarse a sí mismos y a otros. Esto es algo
que puede investigarse históricamente. Y también creo que el objetivo de
las prácticas para el manejo de la conducta ha sido la creación de
seres humanos de un cierto tipo: virtuosos, sanos, sabios, prudentes. En
cierta manera, cómo son los individuos, su subjetividad, depende
efectivamente de los lenguajes y los sistemas para juzgar que tienen
disponibles. Sólo es posible conocerse a sí mismo a través de un
lenguaje público. No hay una subjetividad privada original que esté ahí
esperando ser liberada.
-¿Pueden los individuos resistir estos procesos de cambio social?
-Muchos piensan que los individuos resisten porque hay
algo en ellos que no puede soportar las restricciones, un deseo de
libertad o autonomía. Yo pienso que uno puede explicar muy bien las
luchas de los individuos sin postular algo esencial dentro del individuo
que resiste al poder. Pueden tomarse los ejemplos de la resistencia en
Europa del Este, que llevó a la caída del Muro de Berlín. Esa gente
deseaba y pedía libertad, pero lo que en realidad deseaba era cambiar su
régimen por otro: querían consumir, querían autonomía personal. En un
sentido, los individuos viven en la intersección de distintos modos de
pensar y de actuar. Lo que llamamos resistencia suele ser la caída de
uno de esos modos y la instauración de otro. Si bien lo que dicen
quienes resisten es "queremos derribar el poder", lo que casi siempre
hacen es proponer otra manera de pensarse a sí mismos y usarla contra el
poder existente. Aunque por supuesto, en la resistencia a cosas como la
tortura o la desaparición, la idea es "esto es algo que no debería
ocurrirle a un ser humano", y eso hay que explicarlo de una manera algo
distinta.
-Una de las maneras en las que usted concibe el
desarrollo de la subjetividad contemporánea es hacia lo que llama
"individualidad somática"
-Mi argumento es que en las últimas décadas del siglo XX
los individuos empezaron a pensarse cada vez más como criaturas
biológicas y a prestarle mucha atención a su existencia corpórea.
Esculpiendo el exterior de sus cuerpos por medio de dietas, ejercicio,
incluso tatuajes y el interior mediante comida sana, tratando de
entender y tomar medidas para mantener la salud y minimizar la
enfermedad. Todo esto bajo la autoridad de cierto tipo de experto, el
médico. Por supuesto que los seres humanos han pensado sobre su
apariencia física y su salud durante siglos, así que no hay nada
tremendamente nuevo en esto. Lo que quizá es nuevo es la proliferación
de lenguajes, tanto en expertos como en los medios de comunicación, que
instruyen a los individuos a pensar sobre su cuerpo y su salud en
términos biomédicos, en términos derivados de la práctica médica
contemporánea. ¿Las comidas grasas suben el colesterol o lo bajan?
¿Debemos tomar jugo de naranja, aunque en realidad tiene más calorías
que el vino tinto? El vino tinto hace bien al corazón, pero sólo hay que
tomar tres copas por semana, etcétera, etcétera. Así que no sólo un
lenguaje médico sino además instrucciones detalladas acerca de cómo
trabajar sobre uno mismo. Y aparece además el lenguaje de la genética,
de la susceptibilidad genética a las distintas enfermedades, de los
riesgos por historia familiar de ciertas enfermedades: ¿si mi padre tuvo
un ataque al corazón, debo reducir mi colesterol? ¿Debo hacerme tests? Y
esto no surge de modo coercitivo, lo hacemos porque queremos vivir más,
con más salud. Es nuestra ética somática, nuestra concepción de cómo
debemos vivir nuestra vida.
-¿Cómo juega aquí el uso cada vez más extendido de psicofármacos?
-Hoy es rutina en muchas sociedades modificar el humor,
las sensaciones y los deseos mediante el uso de drogas psiquiátricas. No
las tomamos sólo si sufrimos de desórdenes psiquiátricos graves, sino
porque nos sentimos algo deprimidos, o porque queremos hablar en público
y no queremos que nos tiemblen las manos, por ejemplo. Hice una
investigación sobre el aumento de la frecuencia con que se recetan estas
drogas en diferentes regiones. La creencia de que podemos modificar
nuestro modo de estar en el mundo actuando sobre nuestra química
neuronal se ha vuelto aceptada y rutinaria. La manera en que estas
drogas funcionan (pienso en especial en el Prozac y los antidepresivos)
ha sido difundida ampliamente. Si uno está deprimido, es porque tiene
bajo el nivel de serotonina y el problema pasa a ser cómo elevarlo. Uno
puede consumir Prozac pero, si cree en la comida saludable y esas cosas,
puede tomar algún remedio basado en hierbas, como el hipérico. O si uno
tampoco quiere tomar eso, quizá recuerde que leyó en algún lado que
comer chocolate eleva la serotonina. En suma, uno empieza a pensarse a
sí mismo y a sus humores en términos neuroquímicos. Este nuevo lenguaje
está ahora disponible para nosotros. Nos hemos convertido en seres
neuroquímicos.
-Es interesante que, en línea con su concepción del
poder, usted no ve esto como fruto de una conspiración de las compañías
farmacéuticas sino como una resultante de las influencias de distintos
grupos sociales.
-Como nos gusta decir a los sociólogos, es un cuadro
complejo. Lo cual no quiere decir que no podamos analizarlo. Algunos
colegas creen que toda la culpa es de los grandes laboratorios, y que
los individuos son títeres de éstos. Yo creo que es una visión demasiado
simple. La industria farmacéutica no podría vender sus productos si no
hubiera una demanda, una suerte de espacio problemático que los
individuos creen que las drogas pueden resolver. Pero por supuesto que
las compañías buscan moldear esa demanda. Una cosa interesante que está
ocurriendo es el aumento de grupos de autoayuda, que buscan el
reconocimiento de esas patologías. Una de las primeras cosas que las
compañías hacen al lanzar un nuevo producto es solventar estos grupos
que buscan aumentar el conocimiento de la enfermedad en la sociedad. Hay
también luchas internas en estos grupos, especialmente con las
enfermedades infantiles más importantes como el autismo o el ADHD
(Attention Deficit Hyperactivity Disorder). Algunos padres dicen: "Es un
escándalo, mi hijo está siendo discriminado porque sufre de esta
enfermedad que no está suficientemente reconocida como tal; necesitamos
investigación y acceso a las drogas para tratarla". Y por otro lado hay
otro grupo que dice: "Es un escándalo, la gente dice que mi hijo está
enfermo y lo quieren medicar, cuando es un chico perfectamente normal,
sólo se comporta un poco distinto". Hasta hace poco no había drogas para
tratar el ADHD en Italia: algunos grupos veían esto como un escándalo y
otros decían que el escándalo era querer medicar a sus bambini
. Se pueden tomar posiciones distintas en esta lucha política compleja,
pero lo que podemos ver es la emergencia de este paisaje social de
luchas sobre la caracterización de estos trastornos psiquiátricos, su
base somática, las formas de tratarlos. Aquí hay una lucha política
sobre cómo entender el cuerpo y la propia mente.
-Describe esta tendencia de modo crítico. ¿Cree que
por ejemplo el psicoanálisis tiene una visión más humana de estas
patologías?
-Creo que no. Hay que entender que todas las disciplinas
psi implican históricamente sistemas de autoridad, porque involucran a
expertos que saben más sobre los trastornos que los propios individuos
que los sufren, y que entran en una relación de autoridad con esos
individuos para enseñarles, para entrenarlos, para transformarlos de
alguna manera. Hay muchas maneras de hacer esto y, por supuesto, hay
grandes disputas entre el psicoanálisis, la psicología dinámica, la
terapia cognitiva. Pero en última instancia éstas son relaciones de
autoridad sobre el individuo. Por lo tanto, no me convence la gente que
dice que el psicoanálisis es una práctica humana y liberadora. Al menos
el psicoanálisis real, como realmente funciona en el mundo. Luego está
la pregunta por la psiquiatría. ¿Es reduccionista la visión de que las
enfermedades mentales son puramente cerebrales? Creo que el problema
principal con esa manera de pensar es que no funciona. En términos
generales, las drogas no son efectivas. Compare lo que ocurre en el caso
de la diabetes en que, si uno toma la droga necesaria, está mejor. Las
drogas psiquiátricas no funcionan así. No ha sido posible identificar
cada patología psiquiátrica con un estado del cerebro, con su base
genética o neurológica. Todos creían que iba a ser posible realizar esta
identificación objetiva de cada trastorno; hoy hasta los más fanáticos
reconocen que no se ha podido hacer siquiera en un caso, después de 25
años de investigaciones. El problema es que un trastorno psiquiátrico no
es un trastorno puramente cerebral: es un trastorno del cerebro pero
también de un cuerpo completo, una persona, en una cultura, con ciertas
creencias y expectativas que moldean la manera en la que el individuo
entiende su propia enfermedad. ¡Si las drogas funcionaran, por supuesto
que serían preferibles a cinco sesiones semanales de análisis! Pero no
creo que funcionen. Si el psicoanálisis funciona ya es otra cuestión.
-El psicoanálisis es una práctica muy extendida en la Argentina.
-La manera en que el psicoanálisis se desarrolló en
Francia, y según entiendo también en la Argentina, es en términos del
habla, el sentido, la estructuración del inconsciente como un sistema de
sentido, bajo la influencia de Lacan y otros. Desde la neurociencia hoy
se suele señalar que Freud no estaba contra la idea de que los
trastornos psicológicos tienen una base neurobiológica o incluso
genética. Por lo tanto, es erróneo pensar que el psicoanálisis, por su
propia naturaleza, se opone a esta visión. Incluso hay quienes, para
horror de muchos psicoanalistas, tratan de testear empíricamente los
resultados del psicoanálisis. ¿Ayuda realmente el psicoanálisis a las
personas? ¿Se pueden evaluar sus resultados del mismo modo como se
evalúan los resultados de otras terapias? ¿Es esto una herejía en el
caso del psicoanálisis? Muchos creen que es razonable pedirle al
psicoanálisis evidencia de su eficacia. No hay ningún problema si uno ve
el psicoanálisis como un medio para que el individuo se explore a sí
mismo y sus maneras de estar en el mundo, las cosas que lo aquejan y de
las que podría liberarse, su relación con sus padres. Pero si el
psicoanálisis quiere ser una intervención terapéutica para gente que
está sufriendo de trastornos que le impiden sustancialmente llevar
adelante su vida, entonces debería abrirse a este tipo de evaluaciones.
Hay muchos problemas con la medicina basada en la evidencia, pero si la
elección es entre la evidencia y la eminencia, prefiero la evidencia...
Adn Rose
Londres, 1947
Londres, 1947
Profesor en la London School of Economics, Rose también
ha trabajado en el área de sociología de la psiquiatría y en las
implicancias sociales de los desarrollos psicofarmacológicos. También es
reconocido por su labor sobre la obra de Foucault..
En: http://www.lanacion.com.ar/1411769-nos-hemos-convertido-en-seres-neuroquimicos
Imprimir artículo
No hay comentarios:
Publicar un comentario