Búho sacó una tetera del armario.
—Esta noche haré té de lágrimas —dijo—. Puso la tetera en sus piernas.
—Ahora —dijo—, comenzaré.
Se quedó muy quieto en su silla y se puso a pensar en cosas tristes.
—Sillas con las patas rotas —dijo Búho—. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Canciones que no se pueden cantar —dijo Búho—, porque las letras han sido olvidadas.
Búho comenzó a llorar. Una gran lágrima rodó por su mejilla y cayó en la tetera.
—Cucharas que han caído detrás de la estufa y nunca más serán encontradas —dijo Búho—. Más lágrimas cayeron en la tetera.
—Libros que nunca más podrán ser leídos —dijo Búho—, porque algunas páginas les han sido arrancadas.
—Relojes que se han detenido —dijo Búho—, y no hay nadie cerca para darles cuerda.
Búho estaba llorando. Grandes lagrimones caían dentro de la tetera.
—Amaneceres que nadie vio porque todo el mundo estaba durmiendo —dijo Búho sollozando.
—Puré de papas abandonado en un plato porque nadie quiso comérselo —dijo llorando—. Y lápices que son demasiado cortos para escribir con ellos.
Búho pensó en muchas otras cosas tristes.
Lloró y lloró.
Pronto, la tetera estuvo llena de lágrimas.
—Bueno —dijo Búho—, ¡ya estamos listos! Búho paró de llorar. Puso a hervir la tetera sobre la estufa para hacer té.
Búho se sintió contento mientras llenaba su taza.
—Está un poco salado —dijo—, pero el té de lágrimas siempre cae muy bien.
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