Uno de los libros raros más extraordinarios que ha llegado hasta nosotros a través de la historia es el Manuscrito Voynich. A primera vista no es más que un pequeño libro de finales del medievo, escrito con tinta negra sobre pergamino, al que le faltan algunas páginas. Sus ilustraciones en color, extensas y abundantes (aunque no excesivamente cuidadas), parecen acompañar a lo que sería un texto de farmacopea, botánica y/o ciencias aplicadas. Y digo parecen porque hasta el momento nadie ha sido capaz de descifrar su contenido.
Supuestamente confeccionado en el norte de Italia (debido a unas ilustraciones que reflejan una arquitectura muy característica de esa zona en la época que se supone que fue redactado), fue escrito, según la prueba del carbono-14, a principios del s.XV. Sabemos que el anticuario Wilfrid Voynich, del cual recibe su nombre, se lo compró a un monasterio falto de liquidez a principios del XX. Actualmente es propiedad de la Universidad de Yale, que lo guarda celosamente en su Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos.
Plagado de símbolos desconocidos, el Manuscrito Voynich ha supuesto desde hace siglos un reto tanto para lingüistas como para criptógrafos. No se sabe a ciencia cierta si se trata de un intrincado código secreto, una lengua precolombina hoy desconocida o, entre muchas más posibilidades, un método de transcripción de idiomas que utiliza un alfabeto diferente al latino, como el hebreo o las lenguas asiáticas.
Desde hace tiempo, y ante la incapacidad de resolver el enigma, se llegó a la conclusión de que no era más que un fraude, un texto aleatorio sin sentido. Se dice que pudo ser compuesto por algún ocultista y estafador del siglo XVI que pretendía vender el manuscrito a buen precio a algún rey anhelante de raros tesoros como Rodolfo II de Bohemia, tanto por lo extraordinario del contenido como por hacerlo pasar por una obra desconocida del científico Roger Bacon, muy admirado en esa época. Igualmente se comenta que el propio Voynich pudo haber aprovechado sus conocimientos de textos antiguos y el material a su alcance para venderlo como una increíble reliquia de mucho valor.
Sin embargo, recientes investigaciones, como la del profesor Marcelo Montemurro de la Universidad de Manchester, han analizado los símbolos y han llegado a la conclusión de que el texto cumple la ley de Zipf (ley de distribución de las palabras en los lenguajes naturales). Igualmente ha comprobado que, según la sección de que se trate, unas “palabras” se repiten más que otras, como tratando de un tema. Gracias a estas evidencias se confirmaría que no se trata de signos aleatorios ni de una lengua inventada.
En este caso nos quedarían las opciones de cifrado (tal vez para ocultar prácticas científicas que en el momento pudieran haber sido tildadas de herejía) y la de transcripción de una lengua hoy por hoy desaparecida. En referencia a esta última opción, cobraría fuerza la tesis de un idioma extinto de centroamérica si se consiguiera ligar las ilustraciones que contiene el manuscrito con plantas de la zona planteada. Sin embargo, un investigador ruso también propone que las letras fueron tomadas de un antiguo alfabeto eslavo y las ilustraciones se corresponden con plantas de una zona de Rusia.
Así mismo, un profesor de lingüística aplicada de la universidad británica de Bedfordshire anunció a principios de este año que había logrado descifrar varias palabras del texto siguiendo una metodología similar a la que se utilizó a la hora de descifrar los antiguos jeroglíficos. Por el momento sólo ha logrado identificar diez palabras. El tiempo dirá qué pasa con el resto.
Otros libros raros: códices Rohonczi, Copiale y Seraphinianus
Menos conocido es el Códice Rohonczi, nombre que deriva de la ciudad de Hungría en la que permaneció hasta principios del s.XX. Volumen de pequeñas dimensiones y en torno a las 450 páginas, se calcula que también fue confeccionado en la primera mitad del s. XV. Sus ilustraciones, sin color y bastante caricaturescas, reflejan escenas religiosas, militares y civiles, al igual que símbolos tan dispares como la cruz, la media luna y la swastika (en su concepción anterior al nazismo). Se dice que el texto podría sugerir una sociedad multicultural con libertad de culto.
De autor anónimo, presenta tal cantidad de elementos entre números, símbolos desconocidos y letras, que se ha sugerido que se trate de un silabario y no un alfabeto. Por supuesto que se alzan las voces discordantes que atribuyen el texto a un posible falsificador: Sámuel Literáti Nemes, quien vivió en el s.XIX y era conocido por esta clase de trabajos. Pero las teorías que imperan son las de una lengua eslava o incluso hindú, tanto codificadas según un código secreto como no.
Más suerte han tenido los estudiosos del Código Copiale, procedente de Alemania y redactado durante la segunda mitad del s.XVIII. Hoy se encuentra en una colección privada. Encuadernado en oro y papel brocado verde, sus más de 100 páginas están escritas en una bella caligrafía que combina símbolos desconocidos y caracteres griegos y latinos. Su nombre deriva de la única palabra legible, Copiales.
En 2011, el profesor Kevin Knight, del Instituto de Ciencias de la Información de Marina del Rey en California se alió con otros profesores de filología y lingüística de la Universidad de Uppsala, en Suecia. Ayudados por un ordenador, lo primero que hicieron fue transcribir los símbolos para posteriormente poder analizar las frecuencias de las letras y localizar patrones. Casualmente se descubrió que los símbolos desconocidos no tenían ninguna función y los caracteres latinos indicaban espacios. A continuación se calculó la frecuencia de repetición de las letras en idioma alemán y se contrastó con la frecuencia de repetición de los caracteres que quedaban.
Así pues, después de algún pequeño ajuste, apareció ante ellos un texto en alemán antiguo que contiene el código de una sociedad secreta de mediados del s.XVIII. Esto tiene sentido ya que en algunos países la pertenencia a este tipo de asociaciones era duramente penada por atentar contra las creencias imperantes. Las tres partes del Códice Copiale contienen simplemente información sobre el rito de iniciación, la masonería y sus bases esotéricas.
Finalmente me gustaría hacer una mención al extraño Codex Seraphinianus. Publicado a finales de los años 80 después de más de dos años de trabajo. Su autor es el arquitecto y artista Luigi Serafini y su intención al confeccionar este volumen era la de hacerle vivir al lector adulto la misma sensación que tiene un niño que todavía no sabe leer al explorar un libro por primera vez. Es por eso que la cuidada caligrafía no refleja más que un lenguaje aleatorio, inventado, que no pretende ocultar nada, por mucho que algunos vean códigos secretos. Es cierto, como comenta el autor, que existe un pequeño juego en cuanto a descifrar el código numérico de las páginas, pero nada más.
Así que el único medio que tenemos de aventurar de qué podría haber tratado el libro son sus ilustraciones. Surrealistas, cuidadas, con gran influencia de pintores como Dalí o incluso el Bosco, Serafini plasma la realidad de un mundo inventado, un universo multicolor a veces muy inquietante. Visto lo visto, también podríamos considerarlo una parodia de los que se obsesionan con textos como el manuscrito Voynich sin lograr localizar la respuesta porque el mundo al que pertenece ya no existe o está muy lejos de nosotros.
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