Viernes 15 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa -Nota de tapa / Medios y mensajes
Por Ana María Vara - Para LA NACION
¿Utopista o apocalíptico?
¿Aristócrata de las letras o gurú de los nuevos medios? ¿Pensador de
avanzada o delirante? En Marshall McLuhan esas oposiciones no se
excluyen. Tampoco se acomodan tranquilizadoramente en una sucesión
cronológica: aunque es posible trazar el recorrido de sus ideas, que se
van explicitando a lo largo de cuatro décadas, no puede argumentarse de
manera unívoca que su pensamiento se desplazara del punto A al B
mientras se enumeran sus libros.
A poco de cumplirse el centenario de su nacimiento, el
próximo jueves, y a más de treinta años de su muerte, la obra de McLuhan
resulta tan sugestiva e incómoda como en sus inicios. Su "mensaje"
sigue vivo, fascinante y abierto. Así como tempranamente se lo quiso y
se lo denostó, a la vez, por conservador y por hippie, hoy es
retomado tanto por autores que celebran la era digital como por quienes
la reprueban y la temen. Musa honoraria del artista Andy Warhol,
cómplice de los magnates de los medios para el crítico de la cultura
Raymond Wiliams y un joven Jean Baudrillard, genio en la línea de
"Newton, Darwin, Freud, Einstein y Pavlov" para el escritor Tom
Wolfe, personaje de Woody Allen en Annie Hall, donde aparece en un cameo; "santo patrono" de la revista hipertecnológica Wired; profeta que alerta sobre el fin de la política y el pensamiento
riguroso, según un humanista como Neil Postman; más recientemente, augur
del "capitalismo metafísico" y el mundo de los derivatives,
que llevaría a la crisis financiera de 2008, para el crítico Scott Lash:
algún nervio de la cultura contemporánea ha tocado quien proyecta una
imagen tan intensa y caleidoscópica.
En su itinerario, cinco ciudades son cruces vitales e
intelectuales: Winnipeg, Cambridge, Saint Louis, Toronto y Nueva York.
Canadiense y nieto de canadienses de origen irlandés, McLuhan creció en
un ámbito semirrural hasta que la familia se mudó a Winnipeg, donde
estudió en la Universidad de Manitoba. Allí completó un bachellor y un máster en literatura.
A los veinte años, ya se conocía a sí mismo lo suficiente
como para describir con precisión su modo de discutir: "Me gusta
argumentar contradiciendo los hechos (por diversión). Es bastante fácil
sostener una posición en contra de cualquiera, especialmente si uno
conoce el caso por completo (a favor y en contra) mientras que tu
oponente sólo conoce un lado, no importa si bien o mal". Y a los
veintiuno, ya reflexionaba sobre los medios de comunicación y vagamente
delineaba su primer libro, que escribiría dos décadas más tarde: La novia mecánica
, un estudio sobre la cultura popular y la publicidad. Tras escuchar
una conferencia sobre economía, apuntaba en su diario, entre el espanto y
la admiración:La sobreproducción resulta en un fuerte ataque al bolsillo del individuo. Siempre se apela a un sentimiento poderoso: miedo, orgullo, sexo, riqueza, ambición, etc. En cincuenta años, si no incurren en extremos absurdos, un volumen con los eslóganes y trucos publicitarios de 1930 va a resultar una lectura más interesante que cualquier otra cosa escrita por esta generación.
Mientras completaba su tesis de maestría sobre el poeta victoriano GeorgeMeredith (1828-1909), se presentó a una beca para Cambridge. Llegó en octubre de 1934 y se integró inmediatamente a la rutina de clases, conferencias, discusiones y remo. Para un estudiante que organizaba sus veranos como ciclos de lectura y se lamentaba de que los exámenes en la Universidad de Manitoba sólo duraran dos horas, el ambiente deCambridge resultó adecuado. No se le ocurrió lamentarse de que la magna institución británica le exigiera recomenzar desde el bachellor : por entonces nadie creía en la globalización educativa y todos los títulos tenían que revalidarse.
De la lista de profesores e intelectuales que conoció en aquellos años, Gilbert Keith Chesterton fue quien dejaría una marca más profunda en su formación, al resultar una influencia decisiva en su conversión al catolicismo. "Conozco cada palabra de su obra: es responsable de mi entrada en la iglesia. Escribe por paradojas, lo que lo hace difícil de leer, o difícil con el lector", escribió McLuhan. Al caracterizar el estilo de su maestro, el canadiense parece estar hablando del suyo, hecho de juegos de palabras, de contrasentidos, de alusiones, de figuras literarias. "El medio es el mensaje", la sentencia más conocida de McLuhan y la que condensa de manera más clara su aporte al estudio de la comunicación, fue caracterizada como "una paradoja chestertoniana" por uno de sus biógrafos, W. Terence Gordon, profesor de la Universidad Dalhouise, de Canadá. Con ella, McLuhan "nos invita a la reflexión y nos desafía a internarnos en sus profundidades, a interpretarla, a continuarla, a entenderla transformándonos en su contenido, el verdadero principio que propone la frase".
Para seguir leyendo: En: http://www.lanacion.com.ar/1389005-queriamos-y-odiabamos-tanto-a-mcluhanel-estilo-es-el-mensajeel-artista-como-maestro-la-luz-l
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