El debate sobre los efectos del uso intensivo de la web en nuestra mente
Desde
hace un tiempo, los titulares del mundo se hicieron eco de supuestos
efectos amnésicos de Internet, como si Google fuera una maldición en el
hipocampo. Como una extraña paradoja, supimos de esto a través de esa
misma tecnología acusada de ser promotora de la holgazanería de nuestro
cerebro. Quiero referirme en particular a la nota que leí en este mismo
diario el mes pasado, escrita por Mario Vargas Llosa y titulada " Más información, menos conocimiento ".
Como se ve, la hipótesis es muy clara y contundente desde
el título, y con buen tino hace prever el tema que tratará y su
desarrollo argumentativo. En el último párrafo de la columna, el premio
Nobel peruano dice: "Yo carezco de los conocimientos neurológicos y de
informática para juzgar hasta qué punto son confiables las pruebas y
experimentos que describe en su libro [se refiere a Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?
, de Nicholas Carr]". Atendiendo a estas salvedades explicitadas por
Vargas Llosa, recuerdo que mientras leía la nota ese sábado por la
mañana pensaba en lo conveniente de poder aportar información sobre
ciertas investigaciones que se están realizando desde la neurobiología
y, así, complementar las apreciaciones realizadas.
Lo que sugieren los estudios apocalípticos sobre Internet
citados en el artículo es que los procesos de la memoria humana se
están adaptando a la llegada de nuevas formas de tecnología y
comunicación. Y que esta adaptación es perniciosa para el cerebro porque
lo libera de un entrenamiento necesario para su buena salud: "Cuanto
más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos", dice Vargas
Llosa sintetizando estas posturas. Debemos recordar que, para nuestra
evolución, este proceso adaptativo no es novedoso ya que, por ejemplo,
hemos aprendido desde tiempos remotos que cuando no sabemos algo podemos
preguntarle a otra persona que sí lo sabe o, muchos siglos más acá,
consultar documentos escritos o bibliotecas para transformar la duda en
una certeza. En este caso que refiere Vargas Llosa, estamos aprendiendo
qué es lo que la computadora "sabe" y cuándo debemos acceder a su
"conocimiento" para asistirnos en nuestro propio recuerdo.
En otras circunstancias ya se dio de igual modo la misma
preocupación por las novedades tecnológicas ligadas a la información y
el impacto en nuestra mente. Sin embargo, el ser humano aún goza de
buena salud. Estos procesos críticos nos permiten, más bien, dar cuenta
de un aspecto fundamental de nuestra conformación biológica: la
naturaleza limitada de la propia memoria. Como con todo bien limitado,
actuamos en consecuencia protegiéndolo y utilizándolo con un sentido de
la oportunidad. Si aprendemos que la capacidad para acceder a un dato
está tan sólo a una búsqueda de distancia en Google, decidimos entonces
no destinar nuestros recursos cognitivos a recordar la información, sino
a cómo acceder a la misma.
A diferencia de lo que plantea Vargas Llosa en su
artículo (que la inteligencia artificial "soborna y sensualiza a
nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera
paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, sus
esclavos", por ejemplo), buscar instintivamente la información en Google
es un impulso sano. Todos hemos utilizado Google para bucear en
recuerdos vagos o corregir algún dato inexacto.
Sobre este último punto, muchas veces también se
desestima la autoridad de los datos extraídos de Internet, ya que no es
el lugar más confiable para precisiones y exactitudes. ¿Y quién puede
decir que sí lo es nuestra memoria? Cuando uno experimenta algo, el
recuerdo es inestable durante algunas horas, hasta que se fija por la
síntesis de proteínas que estabilizan las conexiones sinápticas entre
neuronas. La próxima vez que el estímulo recorra esas vías cerebrales,
la estabilización de las conexiones permitirá que la memoria se active.
Cuando uno tiene un recuerdo almacenado en su cerebro y se expone a un
estímulo que se relaciona con aquel evento, va a reactivar el recuerdo y
a volverlo inestable nuevamente por un período corto de tiempo, para
volver a guardarlo luego y fijarlo nuevamente, en un proceso llamado
"reconsolidación de la memoria". La evidencia científica indica que cada
vez que recuperamos la memoria de un hecho, ésta se hace inestable
permitiendo la incorporación de nueva información. Cuando almacenamos
nuevamente esta memoria como una nueva memoria, contiene información
adicional al evento original. En otras palabras, muchas veces aquello
que nosotros recordamos no es el acontecimiento tal como se ha
manifestado en la realidad, sino la forma en que fue recordado la última
vez que lo trajimos a la memoria.
El uso de la Web como un banco de la memoria es virtuoso.
Nos ahorramos espacio en el disco duro para lo que importa y, en todo
caso, entendiendo a Internet como una red, nos trae a cuenta una
información variada, un conjunto de voces frente a las cuales el usuario
es soberano. Si un hecho almacenado en forma externa fuese el mismo que
un hecho almacenado en nuestra mente, entonces la pérdida de la memoria
interna no importaría mucho. Pero el almacenamiento externo y la
memoria biológica no son la misma cosa. Cuando formamos, o
"consolidamos", una memoria personal, también formamos asociaciones
entre esa memoria y otros recuerdos que son únicos para nosotros y
también indispensables para el desarrollo del conocimiento profundo, es
decir, el conocimiento conceptual. Las asociaciones, por otra parte,
continúan cambiando con el tiempo, a medida que aprendemos más y
experimentamos más. La esencia de la memoria personal no son los hechos o
experiencias que guardamos en nuestra mente, sino "la cohesión" que une
a todos los hechos y experiencias.
No existe ninguna evidencia científica de que las nuevas
tecnologías estén atrofiando nuestra corteza cerebral. Lo que sí podemos
aseverar es que fue esa misma tecnología la que nos permitió estudiar
el cerebro en vivo a través de, por ejemplo, la resonancia magnética
funcional, y, con ella, conocer más del cerebro en las últimas dos
décadas que en toda la historia de la humanidad. Estas investigaciones
nos hicieron posible, además, precisar y tratar ciertas enfermedades
neurológicas inabordables hasta hace poco tiempo.
En el célebre Fedro de Platón se cuenta el
diálogo que mantuvieron el rey Tamo y Theuth sobre la invención de la
escritura. Theuth está exultante por esta novedad que, dice, servirá
para aliviar la memoria y ayudar a las dificultades de aprender. El rey
lo refuta y dice que la escritura "sólo producirá el olvido, pues les
hará descuidar la memoria, y filiándose en ese extraño auxilio, dejarán a
los caracteres materiales el cuidado de reproducir sus recuerdos cuando
en el espíritu se hayan borrado". Tampoco la escritura, dice el rey,
será un buen instrumento de las personas para el conocimiento, "pues
cuando hayan aprendido muchas cosas sin maestro, se creerán bastante
sabios, no siendo en su mayoría sino unos ignorantes presuntuosos".
Aquellos argumentos que hace miles de años justificaban el malestar
sobre la escritura, hoy se reiteran con una similitud sorprendente para
Internet, habiendo virado hacia el lado del bien eso que antes fue
maldito.
Como no lo hicieron la escritura artesanal ni la
imprenta, Internet no corroerá los mecanismos eficaces de pensamiento,
ya que las virtudes de la interacción social siguen siendo centrales
para comprender. En un experimento realizado por Patricia Kuhl y
colaboradores en Estados Unidos, tres grupos de bebes que se criaron
escuchando exclusivamente inglés fueron entrenados: un grupo
interactuaba con un hablante del idioma chino en vivo, un segundo grupo
veía películas del mismo hablante y el tercer grupo sólo lo escuchaba a
través de auriculares. El tiempo de exposición y el contenido fueron
idénticos en los tres grupos. Después del entrenamiento, el grupo de
bebes expuesto a la persona china en vivo distinguió entre dos sonidos,
con un rendimiento similar al de un bebe nativo chino. Los bebes que
habían estado expuestos al idioma chino a través del video o de sonidos
grabados no aprendieron a distinguir sonidos, y su rendimiento fue
similar al de bebes que no habían recibido entrenamiento alguno. Esto
indica que la clave del conocimiento, la memoria y el desarrollo de la
especie sigue siendo no lo que el individuo hace consigo mismo ni con la
tecnología, sino el puente que construye con sus semejantes.
Mario Vargas Llosa dice que después de leer de un tirón Superficiales
de Nicholas Carr quedó fascinado, asustado y entristecido. Una
respuesta desde la neurobiología quizá pueda morigerar esa apesadumbrada
sensación. Pero también otra desde la intuición. En general, las
personas siguen conversando sus cosas además de escribir y leer
atentamente, y también usan cotidianamente Internet. De hecho no sería
extraño ver en un mismo bar de una ciudad como Buenos Aires a dos viejos
amigos que conversan efusivamente de la vida, mientras en otra mesa un
profesional termina un proyecto en su computadora personal y, en otra de
más allá, una mujer o un hombre de cualquier edad está encantado
leyendo un libro de la literatura latinoamericana.
El autor, neurobiólogo, es director de los institutos de Neurociencias y de Neurología Cognitiva de la Universidad Favaloro
© La Nación.
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